La cultura occidental ha
configurado la imagen de la bruja como una anciana decrépita, vestida de capa
negra, con sombrero de pico y verruga en la nariz. Pero en la tradición
mexicana, las brujas son hermosas jóvenes nahualas con una filosofía de vida,
la sabiduría de la herbolaria y la facultad de convertirse en animal o en bolas
de fuego.
En el pueblo de San Pedro Xalpa, los mayordomos
de la fiesta del Santo Patrono, que se celebra el 29 de junio, relatan la
historia de una hermosa mujer que llegó corriendo desde muy lejos y gritando
que la atacaban unos perros. La gente miró con espanto como la muchacha era
perseguida por una jauría de animales negros con los ojos enrojecidos
inyectados de rabia, eran los cadejos. Algunos tiraron piedras a los animales y
hubo quien tiró hasta balazos, pero los endemoniados animales no cedían en
morderla y arrancarle girones de ropa, de carne, de cabellos. Muchos se
atrancaron detrás de sus puertas, pero hubo quién salió a prestar auxilio a la
mujer. Los pocos que acudieron, quedaron horrorizados al ver como la mujer
alcanzó a llegar hasta la reja cerrada de la iglesia de lugar, donde ya no pudo
seguir corriendo. Los cancerberos la cercaron y la destrozaron en el suelo para
luego huir del allí, dejando un amasijo de carne y sangre. Los ojos de los que
relatan esta historia se abren como platos cuando recuerdan que los restos de
la mujer comenzaron a ponerse de color naranja, rojo, escarlata. Entonces
comenzó la transformación hasta una bola de llamas ardiendo, porque esa
muchacha era una nahuala, una hechicera de algún pueblo vecino, que había sido
expulsada de su comunidad y buscaba cobijo en San Pedro Xalpa.
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